La huelga de guionistas que ha paralizado la industria del espectáculo en Estados Unidos no sólo busca reivindicaciones salariales: otra importante manzana de la discordia entre los escritores y los magnates del espectáculo es el empleo de la inteligencia artificial para pergeñar libretos de películas y teleseries. A finales de marzo, cuando la huelga apenas se barruntaba, la asociación de guionistas aceptó utilizar esa herramienta, siempre y cuando los escritores de carne y hueso conserven el crédito de la historia original y las regalías que produzca. “El ejecutivo de un estudio podrá pedir al escritor que pula o reescriba un libreto generado por inteligencia artificial, pero el guionista será considerado el autor único del proyecto”, proponía la Writers Guild of America (Variety, 21 de marzo de 2023). En otras palabras, el programa de computadora confeccionará la trama y los diálogos, pero los guionistas se llevarán todo el crédito por un libreto al que solo dieron unos cuantos retoques. Al parecer las empresas no aceptaron esta exigencia, pues la huelga pronto cumplirá un mes y los pesimistas calculan que podría durar hasta diciembre.
El desplazamiento de la imaginación humana por la artificial empobrecería más aún la calidad artesanal de los libretos, pero ese tema no se ha puesto en la mesa de negociaciones, una omisión explicable, pues ninguna de las dos partes parece interesada en respetar la inteligencia del espectador. Cualquier guionista con un mínimo de vergüenza profesional rechazaría corregir un guion escrito por una máquina, y eso harán sin duda los libretistas yanquis con más renombre. Pero el sindicato defiende a los soldados rasos de su gremio, a los sufridos galeotes de la profesión que nunca tuvieron la oportunidad de mostrar su talento, si acaso lo poseían, y se ganan la vida escribiendo a destajo series policiacas anodinas o programas cómicos de pastelazo. Nadie los respeta, pero proveen de entretenimiento a la mayor parte del género humano.
Sus equivalentes mexicanos serían lo escribidores que remiendan aprisa una telenovela exitosa de hace quince o veinte años, para adaptarla al presente. Su destreza con la aguja y el hilo les ha valido el mote de “costureras”. No me sorprendería que en poco tiempo la inteligencia artificial también los deje sin chamba, pues el programa ChatGPT puede refritear melodramas igual o mejor que ellos. Sólo es incapaz de imaginar historias originales. Pero como la originalidad provoca urticaria a los mercaderes de la farándula, a partir de ahora la industria del espectáculo emprenderá un acelerado proceso de robotización. Y el público tal vez llegará a molestarse cuando el programa de computadora se atreva a introducir una variación inesperada en la bazofia de siempre.
Buena parte del revuelo desatado por la inteligencia artificial se debe quizás a un malentendido semántico. Sólo podemos considerar inteligente al programa ChatGPT si reducimos la inteligencia a la capacidad de combinar ideas recibidas, o en este caso, situaciones dramáticas manoseadas. No puede haber inteligencia sin imaginación y la esencia de ambas es la facultad intuitiva. La verdadera fuerza generadora en el arte, en la ciencia o en la filosofía es percibir algo que siempre estuvo ahí, pero nadie había visto. Schopenhauer, un crítico acerbo de los edificios conceptuales, concedía en cambio un altísimo valor a la intuición: “Este don es para el intelecto como la tierra firme que pisa: por eso lo que ha surgido puramente de ella, como la obra de arte auténtica, no puede nunca ser falso ni quedar refutado por ninguna época”. La intuición no aflora por medio de razonamientos, sino de iluminaciones a las que pocos seres humanos tienen acceso, ya no digamos un programa de computadora. En rigor, sólo vale la pena leer obras literarias o ver películas nacidas de sus vislumbres: todo lo demás es hojarasca.
Si el entretenimiento del futuro queda en manos de circuitos cibernéticos, el público masivo caerá en un letargo atroz, pero muchos universitarios ufanos de sus diplomas tampoco saldrán bien librados de esta involución, pues las tesis de licenciatura y posgrado, al menos en el campo de las humanidades, se limitan muchas veces a barajar ideas y conceptos de otros autores que el estudioso combina sin haber partido de un chispazo intuitivo. Abastecido con suficiente información, el programa ChatGPT puede hacer glosas eruditas sobre cualquier tema, ahorrándole desvelos al pasante, que a partir de ahora ya no necesitará hilvanar conocimientos prestados: una costurera informática lo hará por él. O cambian los criterios para evaluar la excelencia académica o la meritocracia universitaria tendrá que ceder sus togas y birretes a las máquinas de pensar.