Un día, Aldo decidió librarse del “paco”: el apócope de “pasta de cocaína”, la droga de los pobres en Argentina, que al mezclarse con veneno para ratas, polvo de lámparas fluorescentes —o con lo que se tenga a mano— se convierte en un misil de alta toxicidad. Allí, en una de tantas villas (barrios de chabolas) de Buenos Aires, este chico rogaba por mantenerse ocupado y olvidarse de los efectos de la abstinencia. No pedía mucho. Solo quería un empleo: “Si nosotros conseguimos trabajo, nosotros comemos. Y si comemos, podemos pensar. Y si podemos pensar, podemos seguir luchando por sobrevivir. Así que eso, nada más”. Su historia de búsqueda de un mejor futuro es parte de las dramáticas estadísticas de la región.
En América Latina, en tan solo un año, el número de desocupados de entre 15 y 24 años se ha incrementado de 9,8 a 10,2 millones, lo que significa que uno de cada cinco jóvenes está buscando empleo sin encontrarlo. Por primera vez en más de una década, la tasa de desempleo de este grupo de personas alcanzó casi el 20% en la región, al cierre del tercer trimestre de 2017, según las estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La cifra es alarmante. “Es una amenaza al presente y a las expectativas de millones de jóvenes”, asegura José Manuel Salazar Xirinachs, director regional de OIT para la zona.
Brasil ha sido el culpable del cataclismo. En el gigante sudamericano se concentra el 40% de la fuerza de trabajo del subcontinente, y en los últimos años ha sufrido una contracción económica severa: en 2015 su PIB se redujo un 3,8% y en 2016 un 3,6%. Sin las estadísticas del desempeño brasileño, en el promedio de la región la tasa de desempleo juvenil se redujo en un punto porcentual, y se estima que haya terminado el año pasado en 12,7%.
A pesar de ello, la falta de empleo entre esta población en todo el subcontinente es un tema preocupante, según los expertos consultados. En el último año, las cifras han presentado una leve mejora en economías como Argentina (con una tasa de paro juvenil del 23,1%), Colombia (18,2%), Ecuador (9,4%) y México (7%). En Brasil se acerca al 30% (la más alta de la región) y se mantiene estable, pero lejos del 17% que rozaba en 2007. Y se ha incrementado en Chile (al 16,8%), Perú (11,4%) Uruguay (25,3%) y Guatemala (6,6%).
RENOVADAS ESPERANZAS
La locomotora latinoamericana ha bajado el ritmo y a su paso ha dejado un rastro desolador. La tasa de desocupados en América Latina (de todas las edades) llegó al 8,4% al final del tercer trimestre del año pasado, 0,5 puntos más que en igual periodo de 2016, cuando el índice era del 7,9%, según las cifras de la OIT. Ello supuso un incremento de dos millones de latinoamericanos desempleados en solo un año, hasta los 26,4 millones.
Una buena parte de ellos procedían del mercado brasileño. Descontado este país de las cifras, sin embargo, se aprecia que la tasa de desocupación promedio del resto de la zona experimentó un desarrollo positivo al reducirse del 6,1% al 5,8% en el periodo referido. En 2018 se espera que la tasa de desocupación en toda la zona [incluyendo a Brasil] se reduzca a un 8,1%, empujada por una recuperación de la demanda interna y un aumento de las exportaciones, lo que llevará al PIB regional a un repunte del 2,2%, según las expectativas de la Cepal.
Esta bajada en la tasa implicará que la cifra de personas en paro se reduzca en medio millón por primera vez después de tres años de alzas consecutivas, detalla Salazar Xirinachs. Sin embargo, la leve generación de empleos es insuficiente. “América Latina necesita crecer a niveles de entre 5% y 6% para crear un mejor futuro del trabajo en la región”, agrega.
Ruy Braga, profesor de la Universidad de São Paulo, dice que los jóvenes siempre han sido los que más han sufrido las recesiones económicas en la zona. El frenazo económico en la región —que derivó en una recesión del -0,9% en 2016 causada por el bajo precio de las materias primas, una menor demanda de insumos por parte de China y un cambio en la política monetaria en los países en desarrollo— ha dejado una estela de desencanto en el mercado laboral, arguye.
“Los jóvenes están obligados a trabajar a una edad mucho más temprana que en países en desarrollo”, comenta. “El sistema escolar no es capaz de retenerlos y los expulsa a un mercado laboral precario y con pocas expectativas de crecimiento, que cuando está en crisis empieza a deshacerse de los menos cualificados”.
Según la OIT, la tasa de desocupación juvenil en América Latina es aproximadamente el triple que la de los adultos en la zona, e incluso más elevada en la mayoría de países del subcontinente. Los porcentajes más altos de jóvenes desocupados como proporción del total se hallan en Guatemala (55%), Honduras (53%), Belice (50%) y Paraguay (49%). El promedio regional está en alrededor del 40%, según las cifras de la OIT, que no dispuso de los datos de Venezuela para el análisis. Las mujeres de este grupo están aún más en riesgo, dice Salazar Xirinachs. Sus tasas de ocupación son menores, sus tasas de desocupación son mayores y la prevalencia de empleos precarios les afecta de manera desproporcionada, explica.
“Las juventudes —sobre todo las mujeres— somos el grupo más perjudicado por las tasas de desempleo”, expresa Malena Famá, presidenta del Foro Latinoamericano y Caribeño de Juventudes, una ONG que defiende los derechos de los jóvenes en la región. En un informe publicado recientemente por la OIT, Famá cuenta la mencionada historia de Aldo, que tiempo después de hacer la petición de un empleo fue asesinado por un vecino de su barrio por poner la música muy fuerte. “Estamos en un mundo en que día a día se destruyen puestos de trabajo coartando las posibilidades de construir un buen vivir”, espeta.